sábado, 17 de enero de 2009

CONDESCENDENCIA


Acción y efecto de adaptarse por bondad al gusto y voluntad de otro.
Hay quienes sólo son tolerantes cuando los impulsa algún interés mezquino. Esto no se llame condescendencia sino conveniencia.

Cuentan de un joven judío que, al realizar un largo viaje en avión, le toco sentarse junto a un anciano. El joven se mostró despectivo, altivo y grosero. En cuanto pudo, le solicito a la azafata cambiarse de lugar; ella pregunto por qué y no tuvo reparo en contestar que el viejo de su derecha era insoportable, “tose y apesta”. Al llegar a su destino el muchacho vio una gran comitiva de recibimiento; cientos de personas esperaban con ansia al anciano que resulto ser un gran maestro rabino. Entonces arrepentido de su actitud se acerco para pedirle perdón y solicitarle su bendición, pero él le contesto: “¿Rechazaste al anciano y te acercas al rabino? Lo siento, no puede ser bendecido quien no es condescendiente. Tendrás que pedir perdón a todos los ancianos del mundo.

Nadie puede saber si alguna vez necesitará a la persona que esta despreciando. Decía Emerson: “Cada hombre que conozco, no importa su edad, su sexo, su religión, su raza, tiene algo superior a mí: por eso acepto a todos, los escucho y aprendo de ellos…”
Si el prójimo comete errores, si es torpe, débil o iracundo, no lo juzgues… Ignoras lo que es vivir en sus zapatos.

El momento presente es el mismo para todos, pero las emociones y las circunstancias son siempre diferentes para cada persona. A las siete de la mañana, en el mismo autobús, una persona piensa en el examen que presentará, otra se dirige a la delegación a atender un problema legal, éste va a una oficina conflictiva, aquél de compras, el de más allá está de vacaciones, uno acaba de tener un hijo, otro sufrió recientemente una tragedia. En el mismo tiempo, cada uno vive historias diferentes. Es injusto enfadarse por que el vecino actué de forma distinta. Los momentos son iguales pero los mundos diferentes. Lo que hay en la cabeza y en el corazón de dos seres que comparten un espacio puede estar distanciado por miles de kilómetros.
Sólo el condescendiente construye.

Un monje a punto de ser asesinado solicitó a su verdugo una última voluntad. “¿Ves la rama de aquel árbol?”, le dijo. “Córtala con tu machete.” El asesino obedeció y la rama cargada de flores cayó al suelo. El monje le pidió entonces: “Ahora pégala para que vuelva a vivir y dé frutos.” El criminal se quedó confundido sin poder cumplir la última voluntad del monje. Entonces éste se incorporo y le hablo muy fuerte a la cara: “¡Piensas que eres poderoso porque destruyes y matas, pero eso cualquier, pero eso cualquier necio puede hacerlo; escúchame bien, si quieres de verdad ser grande construye y salva…!”

Sólo el condescendiente salva.

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